martes, 20 de diciembre de 2011

In the mood for love

Ni la propia cámara de Wong Kar-Wai se atreve a mirar a los ojos de nuestros protagonistas. Quizá por miedo a quebrar cada susurro, cada mirada furtiva que no encuentra respuesta, cada plano de exquisita tensión sexual y doloroso hálito de pasión que se escapa sin tan siquiera tener la oportunidad de haber llegado.

La composición de esta sublime obra maestra responde a una sensibilidad de poeta inusual en el mundo del cine actual. Su delicada y exquisita banda sonora envuelve unas imágenes que apenas rozan la pantalla, un hombre y una mujer que sin decirse más que cuatro palabras hacen que sepamos (o sintamos) todo aquello que quieren decirse y ocultarse... sin que apenas abran la boca, sin que les veamos besarse una única vez, tratando de que nadie les descubra, sin saber que sólo los espectadores somos testigos de su dolor, de su yaga solitaria que cura macerando en el seno de su propio infortunio.

Por eso Kar-Wai Wong oculta su objetivo entre cortinas, graba reflejos a través de cristales, muestra trazos de amantes sin su otra mitad; porque no quiere inmiscuírse en algo que tan sólo debieran compartir ellos dos, algo espinoso y de triste solución que se les escapa sin que puedan hacer nada por evitarlo, pues no se sienten dueños de ese destino caprichoso que les voltea la vida por completo.

''In the Mood for Love'' es una de las películas de amor más bonitas que se hayan hecho jamás, y desde luego también una de las más tristes y melancólicas, pura poesía audiovisual, virtuosismo de dirección y escuela de interpretación. Los dos actores protagonistas (primera de las dos colaboraciones consecutivas entre la espectacular Maggie Cheung y el comedido Tony Leung) rozan la perfección, pues su actuación nace de una química mutua sólo comparable a la simbiosis necesaria para dar con la idea y el tono exactos que el director tenía en mente. El guión es en apariencia tan sencillo como todo lo que conforma la película, basándose en la turbadora relación que surge entre dos vecinos a raíz del descubrimiento gradual por parte de ambos de las recíprocas infidelidades cometidas por sus respectivas parejas. No obstante, partiendo de aquí, lo siguiente que debemos decir es que la película se convierte (como le pasan a todas las grandes películas) en una experiencia más allá del cine, sin dejar de ser en ningún momento un soberbio ejercicio de pura cinematografía, de arte sensorial estructurado en torno a la música y a las imágenes, cuya suma de sus preciosas partes dan lugar a algo más importante, tejido y entrelazado con la fibra de los propios sentimientos velados que emana dolorosamente a través de sus fotogramas, casi como un llanto contenido, o un abrazo, un beso o algo más físico.

Kar-Wai se sabe en todo momento conocedor de ese punto exacto donde las emociones fluctúan entre la contención y la visceralidad, y nunca se digna a traspasar una frontera que sería de no retorno para ambos protagonistas, al menos de cara al público (entre los que nos encontramos nosotros al mismo nivel casi que aquellos otros a los que quieren ocultar su ''relación''). Por eso nunca muestra en pantalla ningún roce que nos invite a pensar en algo parecido al sexo, a la consumación de su amor, ni tan siquiera un beso... nos deja que pensemos lo que queramos de aquel furtivo encuentro, de aquellas horas interminables escribiendo, paseando a solas... pero nunca revela nada directamente en pantalla. Quiere con ello guardar el secreto de un amor inesperado que ambos desearían no desear tan ardientemente, por el que jamás llegan a luchar de manera abierta, superados por un miedo que no está más allá de ellos mismos, pero al que no tienen el valor suficiente de hacer frente.

Al final, cuando él intenta regresar, ya es demasiado tarde, y lo más triste es que intuímos que él ya lo sabía desde el principio. Porque desde un principio sabemos que al final, todo lo deseado más que vivido, quedará relegado a esa intimidad de un muro de piedra perdido entre las ruinas de Camboya, donde cualquier secreto o pasión hiriente pudieran descansar en el letargo momificado del olvido, a pesar de que el olvido abandonado sea un dulce y melancólico veneno que mine lentamente la vida de quien deseó amar pero nunca se atrevió a hacerlo.

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