Hay tres cosas que funcionan por encima de todo en Calvaire, esta mezcla de thriller rural y "survival movie" belga. Y estas son: la atmósfera que envuelve la cinta de principio a fin, esa sensación de violencia inminente y sexualidad contenida, a la que ayuda sobremanera una dirección por encima de la media; la segunda es la locura del pueblo como metáfora del paroxismo o exaltación sin límites de una extraña pasión, que provoca en el espectador la sensación justa de irrealidad como para no tomársela en serio; y la tercera es precisamente la boya de realismo en mitad del océano de locura, interpretado con una homosexualidad inherente y una cobardía explícita por el actor protagonista de la cinta, que hace que volvamos a tomárnosla lo suficiéntemente en serio como para pasarlo realmente mal. Y todo esto, como les gusta decir a los progres del género de terror: sin efectismos ni vísceras de por medio.
Sea como fuere, el gran acierto de la cinta es el impacto que provoca ese comportamiento absolutamente enloquecido del protagonista secuestrado y confundido con la mujer del loco de la posada. A muchos les confundirá, pues estarán acostumbrados a que el que sufre acabe siendo el héroe y se enfrente al sinsentido de la locura de su torturador, convirtiéndose indefectiblemente en un animal y tan asesino como el propio malo de la peli. Pero eso no siempre es así. De hecho, en la cruda cáscara de esta superficie que llamamos realidad, habría más casos de este ejemplo que del otro, tan machacado por los estúpidos survivals americanos y copiado por todos los demás países.
Ojo, puede contener spoilers
Aquí, en Bélgica, quizás porque entiendan el horror como los Dardénne entendían el drama, se olvidan de heroísmos y nos presentan a un individuo acobardado, tembloroso, llorón, que no es capaz de enfrentarse debidamente a sus captores, que ni siquiera crea conflicto cuando empieza a descubrir algunas cosillas extrañas del posadero, y que finalmente, alienado por el horror, sodomizado no tanto en su culo como en su orgullo, le dice al loco (a uno de ellos, el que le persigue hasta el final) que le ama, tal y como este le pide, aunque en ese último instante se encuentre indefenso en los manglares y las arenas movedizas permitan la escapada del antihéroe de la cinta. Se lo dice porque no puede dejar de verse como su putita, porque el miedo le hace volverse, darse la vuelta literalmente y decírselo al oído. Como un conjuro para que no le pase nada más, como anteriormente le cantaba al posadero mientras se ahogaba en su propia sangre. No coge la escopeta y le pega un tiro como hubiéramos querido. Esto es real como una jodida patada donde más duele. Y es así cuando a uno no le queda ni una gota de dignidad. Escapa andando porque nunca cree que pueda llegar a escapar, porque le pesan las piernas de puro miedo. Si a todo esto le sumamos una absurda trama de amores y deseos: desde la vieja del principio, pasando por la enfermerita sexy que le deja fotos semidesnuda en el sobre del dinero, hasta el loco de la posada que le convierte en su mujer; y constatamos que con las mujeres se siente incómodo y con los hombres acaba sometido a sus deseos, encontraremos una crítica mordaz a la opresión de la homosexualidad, como de alguna extraña manera ya sucedía en la Alta Tensión de Aja. El comportamiento sexual desviado y agresivo de los paletos de turno queda grandiosamente esbozado en la lyncheana escena del baile en el bar, y como colofón a la locura que rodea la escapada final, tenemos una sublime banda sonora a base de chillidos de jabalí que hará las delicias de los más desquiciados amantes del terror.
La cámara de Du Welz alcanza el virtuosismo en algunas tomas, nos somete a su juego de locura y esclavitud visual, cerrando el film con la misma incertidumbre que nos crean esos planos del atardecer en el bosque. Aún así, la película posee bastantes lacras que la debilitan e impiden que entremos de lleno en ella. Tiene más atmósfera que la película de Aja, pero mucha menos intensidad, y a la postre resulta tan increíble como esta, aunque no necesite de giros de guión para ello. Sin embargo, no deja de ser una pequeña joya, sin demasiadas pretensiones, que cumple a la perfección el objetivo de otras que fueron anunciadas a bombo y platillo (como Wolf Creek) y jamás consiguieron llegar a donde llega Calvaire. Y además, nos descubre un talento en la dirección a tener en cuenta para el futuro.
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