miércoles, 7 de abril de 2010

Recordando INLAND EMPIRE

Resulta increíble pensar que INLAND EMPIRE no existiera hasta hace algo más de tres años, pues en su propia concepción como obra abierta pero completa, críptica, mágica, horriblemente bella y magistral, reside intrínsecamente la mismísima definición de CINE. Después de hacer Mulholland Drive, a David Lynch no se le podía pedir otra cosa que una obra maestra sin paliativos, una criatura que trascendiera su condición de mera película y pasara a vivir directamente entre aquellas únicas e irrepetibles creaciones mayúsculas que hubieran surgido del talento humano a lo largo de su historia artística, que corriera a descansar en el regazo de lo eterno y de lo sublime, alimentando las mentes y los corazones de todos aquellos que alguna vez nos plantamos ante ella y la admiramos, que pudimos experimentarla fundiéndonos con su textura, tan adentro que ya nunca pudimos volver a ver el mundo con los mismos ojos, pues la propia percepción que como individuos teníamos de lo inquietante y de lo bello, de todo aquello que resultaba adictivo o cautivador, alcanzó aquí una nueva cota inimaginable hasta ese mismo momento en que acabaron sus créditos finales, convirtiéndose así, al instante, en una experiencia vitalmente necesaria después de haber comprobado su existencia. INLAND EMPIRE es la obra cumbre en el cine de Lynch, es la evolución lógica de Mulholland Drive, y como esta, da la sensación de existir desde hace mucho tiempo, de haber estado agazapada en la mente (o en el alma) de su creador hasta que estos tiempos modernos le ofrecieron la posibilidad de existir en un soporte digital de baja definición, de expandirse entre y a través del grano de una fotografía que ya es mítica, que alcanza momentos de belleza y magia como ya lo hubo hecho el celuloide tiempo atrás en manos de este director, e incluso yendo más allá en esa intimista búsqueda de la pureza cinematográfica. Es el paradigma de la esencia lyncheana, el mayor regalo que hayamos recibido nunca sus amantes, pues de veras creía imposible que pudiera volver a poner su pica en lo más alto después de algo como Mulholland Drive. Me equivocaba. Lynch ha conseguido lo más difícil para un creador cinematográfico de su caché: no defraudar. Además, con esta cinta tendrá más detractores que nunca, lo que provocará que nuestro círculo de iniciados se estreche aún más y sólo deje espacio para los que verdaderamente podemos (o más bien queremos) disfrutar a todos los niveles a los que se puede disfrutar una obra de Lynch.

Recuerdo nostálgico lo que se vivió en el foro de www.davidlynch.es, su página más importante en España. Un grupo de personas que nos fuimos dejando nuestro tiempo y nuestro dinero (e incluso realizando importantes viajes en busca de un cine que la pasara) en volver a verla una y otra vez, para seguir devanándonos los sesos en una posible interpretación que hiciera válido aquello que era evidente en su primer visionado: esto es su belleza, sencillamente sublime; su textura onírica, casi como la representación física de un sueño; o sus interpretaciones actorales sin precedentes (Laura Dern alcanza el cielo, lo toca con los dedos y se burla del mundo que, posiblemente, jamás le conceda un Óscar, dejando sin valor un galardón que se jacta de premiar entre otras cosas a la mejor actriz principal de una película). Es difícil hablar de INLAND EMPIRE tanto como es difícil hablar sobre una experiencia única y personal, pues existe en un plano íntimo donde es imposible acceder a través de una sinopsis o de una interpretación. Al igual que ''2001: Una Odisea del Espacio'', ''Barton Fink'', "Léolo" o ''Mulholland Drive'', INLAND EMPIRE quedará pegada a las vísceras y vendrá a significar algo muy distinto para cada persona, no sólo como catálogo interpretativo del universo lyncheano, sino más bien como suma de cada pedacito de angustia, de humor, de horror, de risa, de inquietud, de repulsión, de extrañeza y de hermosura que nos logre arrancar. Sólo por contemplar esas imágenes en tonos sepia de paisajes urbanos en una Polonia nevada, antigua y solitaria; experimentar la sensación de pérdida y tragedia que evocan; meterse de lleno en su misterio y dejarse llevar por su increíble poder de realismo onírico, mereció la pena haber esperado tanto tiempo para volver a ver algo nuevo de Lynch.

Y llegados a este punto, debo decir que, a pesar de lo que muchos críticos (y espectadores) enamorados de este director suelen decir, el argumento SÍ es importante en una película de Lynch. De hecho, este es el punto de inflexión, la piedra angular de la discordia en torno a su figura como creador y el posicionamiento que unos y otros toman respecto de la misma. Los que le odian, lo hacen porque no se ven capaces de aceptar intelectualmente la continua y terrible elipsis de sus argumentos, el cripticismo en las formas, y esa atmósfera como sonido de fondo que precisa de una especie de iniciación y estudio concienzudo de su obra y milagros para poder comprenderlo (al menos en parte). Los que le aman desde ese lugar perdido entre las costillas y el bajo vientre, dejándose llevar por la bruma de su esencia, que se extiende por fuera de la pantalla como una niebla de obnubilación arraigada en el más ancestral sentido de la belleza, creen de veras que aquello que ven es bonito pero que no tiene más sentido que el de embriagar y transportar a otro nivel de percepción artística a través del cine. A todos ellos, he de decirles que el cine de Lynch se compone de dos partes simbióticamente entrelazadas y dependientes, que existen en un mismo cuerpo al que sería imposible mutilar sin que perdiéramos en ello un pedacito de nuestra humanidad esencial: una es la parte estética, la atmósfera extrañamente hermosa que tipifica el sentido de su obra; y la otra es, por supuesto que sí, el argumento, el bocado intelectual de la tarta, ese proceso de abstracción del que debemos ir tirando para llegar a ese bosque mágico que los árboles no nos dejaban vislumbrar. Pero, ¡horror!, esto no quiere decir que la interpretación de esta obra maestra (ni de las demás obras maestras de Lynch) sea única y posea una naturaleza intrínsecamente cerrada en sí misma y por tanto definitiva. No, nada más lejos de la realidad, pues para cada uno significará algo distinto, desarrollado a partir de unas mismas bases, innegables desde el punto de vista de los estudiosos del director, pero que podrán sufrir variaciones según quien lo mire e interprete, adquiriendo así una naturaleza más próxima a la pintura que al propio cine, tal y como nos lo quieren hacer entender (o vender). De hecho, he leído cientos de interpretaciones perfectamente lógicas, cada una de las cuales se autoalimentan a partir de detalles puntuales que las hacen viables y hasta sencillas, pero todas y cada una de ellas poseen cabos sueltos que más tarde serán revisados y explicados por otras teorías complementarias o suplementarias de las anteriores, elaborando así un proceso de indagación detectivesco que hace de esto un placer casi sectario. Yo, personalmente, me suscribo a una teoría compartida por muchas otras personas, aunque desde una perspectiva personal y distinta en sus matices, como cada uno de los que la compartimos, y que hace de esta película una serie completa de miles de la misma película, o de películas parecidas, o hasta puede que de películas completamente distintas. Entramos así en el farragoso terreno de las sobreinterpretaciones, del que una vez dentro es imposible salir, pero que no obstante es necesario visitar para comprender que todos tenemos razón, pero que esa razón es un ente voluble adscrito a la misma realidad que nos propone Lynch para pasar a vivir dentro de sus mundos de cruda realidad y sueños rotos. Sueños raros que generan otros sueños más bonitos y límpidos, pero que acaban indefectiblemente tornándose toscos y feos, hasta que comprendemos que es dentro de esa fealdad y onírica amalgama de personajes imposibles donde su obra pasa a tener sentido y cobra a su vez esa extraña belleza que es la que nos atrae y nos aparta durante unos minutos de nuestras vidas, horriblemente reales para quienes nos vemos obligados a ponérnoslas cada mañana. Es la arquitectura misma del universo, mundos paralelos y dislocación de la entidad del individuo... ''Evil was born and follow the boy'': esa es, al fin y al cabo, la esencia de esta abrumadora historia de amor, posiblemente la misma historia de amor de siempre, contada de la misma forma, pero con la facultad de pasar desapercibida ante nuestros ojos una y otra vez, haciéndonos creer que muta, que se metamorfosea cual criatura kafkiana, que elude una única verdad porque, posiblemente, esa verdad absoluta no existe y esa vida que creemos llevar en el seno de lo que hemos dado en llamar realidad, no sea más que la interpretación personal que damos a nuestra propia percepción.

Y esa percepción de la realidad no difiere tanto de los sueños de alguien como Lynch. O de alguien como tú y como yo, ¿quién sabe?

4 comentarios :

  1. Tomo nota para verla. Lo cierto es que es un director que nunca me ha defraudado (Mulholland Drive me dejó de piedra, y en versión original mejor que mejor).

    Un abrazo,

    Pedro.

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  2. Hombre, Pedro, qué honor tenerte por aquí ;)
    Yo es que si hablo de Lynch hablo desde la pasión, así que tampoco te lo tomes como una recomendación, porque esta no es una película para todos... Eso sí, si dices que te gustó MD y estás dispuesto a dejarte llevar... no hay nada como INLAND EMPIRE.

    Un abrazo, espero seguir viéndote por estos lares :)

    P.D.: es que ver Mulholland Dr. en versión doblada es un sacrilegio :P

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  3. Pues yo vi MD en v.o. ... y a partir del último tramo de la película... no me enteré de nada xD

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  4. jeje, pero eso pasa aunque la veas en versión doblada... :P

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