Renuncié a mi cuerpo para formar parte de su capricho. Ella me acogió con un amor de entraña, corrosivo, gástrico en toda la acepción de su jugo.
Batiéndome a ritmo de cadera, comprendí que aquello que se nos caía de la cama era ternura residual, besos tibios sin ningún tipo de interés.
Por eso aprendí a dejar que me amara como solo ella podía: a rebanadas, con cuchillos, hachas y bocados. Me fui dejando pelar hasta convertirme en poco más que media ración de persona bañada en la salsa de mi propio deseo.
Desde entonces, sé darle a nuestra cama todo el sabor que hay en mis huesos.
Pequeño catálogo de amores imaginados se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
No hay comentarios :
Publicar un comentario