martes, 13 de marzo de 2012

Colibrí


Colibrí
La puerta se abre y las escaleras escupen dos niños repletos de verdad, que salen al encuentro de un cielo demasiado dulce para estas alturas del año, recibiéndolos en su palacio con la indiferencia azul del fin del verano. Aún así, no puede evitar echarles una mirada de reojo para comprobar que aquellos dos pimpines no vayan a robarle más que unos cuantos de esos rayos de sol que ya sólo le quedan por compromiso con los dueños de las piscinas. Qué diablos harán en esta azotea sin la supervisión de un adulto —se pregunta el cielo, pero en realidad le importan lo mismo que un pimiento…
            —Te tiras tú primero, que seguro que yo no sé volar tan bien como tú.
            —Una mierda. Nos tiramos los dos a la vez o si no nada.
Como quieras —grita el aire, mientras las nubes se atusan el pelo con la brisa engarzada que forman todas las palabras inútiles que se han pronunciado aquel día. Algodonadas, algodonadas, se agolpan en torno a la azotea para ver a dos niños volar. Dos niños vestidos con la urgencia del aburrimiento y sin gota de dinero en los bolsillos.
—Bueno, pues lo echamos a los chinos.
—No sé qué es eso.
—Pues como los japoneses pero más delgados.
Una multitud de hienas con traje de ejecutivo se apelotonan ahí abajo, como las nubes, pero sin peinar, pues no podemos comparar nuestra coquetería con el glamour celestial de un puñado de cumulonimbos. Unos gritan vítores, otros se empujan para ver mejor, hablan por el móvil, graban la escena y se alejan patinando.
Pero eso no es todo, la acción no se reduce a esa pareja de niños sin futuro, sino que va más allá y salpica a un matrimonio que discute, ajeno al buen día que se ha quedado. Ella está ataviada con un camisón que transparenta sus senos, aún jóvenes y con sabor a caramelo. Dulce néctar de las horas vagas que les quedan por delante. Él apenas se acuerda de que es padre y viste sin pereza una camiseta a rayas azules.
            —¿Por qué no follamos? —dice el hombre a rayas.
            —Porque nos puede ver el niño —contesta la mujer de los pezones de caramelo.
            —Si no está. Se ha ido con su amigo.
            —¿Qué amigo?
            —Ese que es un poco bizco.
Ese que es un poco bizco se acerca entonces al hijo que fue amamantado por unas tetas dulces y durmió acunado en el regazo almidonado de una camiseta a rayas, y le dice:
            —Con toda esa gente mirando me da vergüenza tirarme yo primero.
            —Pero si volarás como un colibrí, no seas tonto, les dejarás “alunizados”
            —¡Sí, hombre...! Como un colibrí no… Si eso, volaré como Batman.
            —Batman no “vuelaba”, el que “vuelaba” era Supermán.
¡El que “vuelaba” era Supermán, niño! ¡El que “vuelaba” era Supermán! ¡El otro era tan sólo un multimillonario de mierda! — le gritaba la gente, indignada, desde abajo.
         Chsssssssst —les hacían callar las nubes desde arriba, ansiosas por ver sangre — Queremos una empanada de carne y huesos preadolescentes estampada sobre el pavimento, gran evaporador de almas al servicio del intempestivo cielo —continuaban a coro y nerviosas. Cielo que, por otra parte, seguía sin mirar.
            —Anda, cariño, vamos a follar… —insistía el hombre a rayas, con los ojos erectos.
            —Que no, coño, que si sube y nos pilla… ¡A ver qué le contamos!
            —Pero si es un niño, no se iba a enterar de nada…
            —Tiene mucha imaginación, ¡a saberse qué podría pensar!
Qué coño va a pensar, si los niños vienen de París… —dice para sí misma una nube que ha pegado su nariz contra la ventana del dormitorio, pero no lo dice porque está cachonda y todavía mantiene la esperanza de ver porno del duro.
            —Que tiene imaginación es verdad, porque antes me dijo que se iba a volar con su amigo…
Una alarma, si no hierve en estridencias ni revienta en destellos rojos de agónico ulular, es inocua e invisible para alguien tan empalmado como ese hombre a rayas. Para la mujer con las tetitas de mazapán, que supera la treintena pero le gusta sentir que aún levanta penes, se convierte en un juego de lo más excitante y placenteramente íntimo.
            —Pues si no te tiras tú, no me voy a tirar yo...
            —Pues ¿por qué no te tiras tú si tanto hablas de que vuelas como los colibrís?
            —Pues porque a mí también me da vergüenza la gente que nos mira desde abajo.
Y las nubes que os alientan desde arriba, niños; no os olvidéis de las nubes que aplauden vuestra iniciativa…
—Y las nubes también.
            —¿Las nubes qué?
        —Que las nubes también nos miran y me da vergüenza —dice el hijo de padres lascivos, retorciéndose la manga de la camiseta sin rayas, con gesto de niño travieso.
Pero no hay rayas para los niños que quieren volar. No hay rayas en este mundo que le quepan en la camiseta a un niño tan valiente como él, que aún no ha cambiado su edad por los cromos que le faltan para acabar su colección de minutos de vida en la tierra.
            —Pues si no follamos ahora, no me apetece ir donde tu madre después.
            —¡Anda, qué bobo eres!
            —Entonces… ¿Follamos o no?
            —No, no follamos.
            —¡Pues hala, a tomar por culo!
Se acabó el polvo sin haber empezado, la nube lujuriosa de vapor de agua y sexo se retira dándole patadas a una lata. ¡Maldita sea la hora en que no me decanté por la sangre…! —piensa, indignada.
Pero el mundo del espectáculo es vil y en todos lados cuecen habas. El sensacionalismo muere a los pocos segundos de cortarle el cordón umbilical. Es banal, impuro e innoble, no merece la atención de una raza como la nuestra, aunque a veces nos sirva de alimento y esté bien rico servido en obleas a media tarde.
El cielo lo sabía, y por eso no se molestaba en mirar.
            —Pues qué rollo si no vas a volar tú...
            —Pues más rollo eres tú, que tampoco vuelas…
¡Volad niños, volad! —gritaban los chacales desde abajo.
¡Volad niños, volad! —cacareaban las nubes, con olor a tormenta de verano, desde arriba.
Así mañana, cuando el suceso salga en los periódicos, podremos decir: ¡Nosotros estuvimos allí para verlo!
            —Pues entonces me bajo a casa.
            —¡Pues hala, a tomar por culo!        
Pues eso. Ni sexo ni sangre. Ni polvo ni tragedia.
Las nubes se retiran refunfuñando, repartiendo tacos a diestro y siniestro. Empiezan a llover de puro mal humor. ¡Que les den! —dicen a gritos— ¡Que les den a todos…!
Pues eso.
A tomar todos por el culo.




Relato escrito en septiembre de 2009 y publicado por primera vez en el Número IV de la revista pulp Los Zombis No Saben Leer

Edición a 15 de marzo: también podéis leerlo, junto con un buen puñado de relatos e ilustraciones, en el número 9 del fanzine Pífano

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