martes, 26 de noviembre de 2013

Cuadro en la pared — Pequeño catálogo de amores imaginados


Es una sala sin demasiados alardes. Una sala blanca, con unos pocos cuadros en las mejillas. Tiene de coqueta lo que de luz tiene la tarde. Por lo demás, todo permanece a la sombra, agazapado, como si formara parte del sueño de algún escritor.

            Hay un hombre. Un hombre antiguo, con sombrero. Calza un cigarrillo que no ha llegado a prender. Las leyes de ahora no son como las de antes.
            Hay una mujer también. Ella está de espaldas, mirando a través de una de las ventanas. Un poco de brisa mece las cortinas en un baile aséptico de seda. Lleva los hombros descubiertos.
            ¿Habías imaginado algo así para los dos? pregunta él.
            Y posa una mano, la que no lleva cigarrillo, sobre uno de esos hombros desnudos. Ella apenas se sobresalta. Gira el mentón con suavidad, hacia el cuadro, pero no llega a darse la vuelta. Tampoco contesta. No hay nada que decir.
            Es solo un cuadro continúa el tipo. Un cuadro colgado de la pared.
            En el cuadro tampoco hay demasiados alardes: Una cama blanca llena de brazos, piernas y penes. Todo en ella se mezcla con la coquetería de una ensalada, sin más luz que la que se pintara aquella tarde. Un clítoris blanco entre restos negros de aceite de Módena.
            ¿Habías imaginado algo así para los dos? repite el hombre, exhalando sombrero a través de la punta de su humo.
            Inspira, respira, expira. Bebe de su cigarro y amasa el hombro desnudo, como probando nuevas formas de hacer el amor.
            Es solo sexo contesta entonces la mujer.
            Sexo colgado.
            Como en un cuadro.

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