martes, 15 de enero de 2013

Reseña de "Aplaudan al salir", de Daniel P. Espinosa


Aplaudan al salir o “ensayo sobre la no violencia gratuita”.

Hace ya tiempo que leí esta desasosegante novela de Daniel P. Espinosa, pero hasta ahora no había encontrado la forma de abordar una reseña, o, más que reseña, una reflexión sobre lo que supuso para mí su lectura. En realidad, creo que este libro no se lee, y aunque el autor me vaya a odiar por esto, tampoco se disfruta. Es mi opinión, claro, como también lo es que si alguien algún día me dice que disfrutó leyendo “Aplaudan al salir” no podré reprimir un amago de salir huyendo de su lado. Hay que estar muy desconectado de este barrio de paso al que llaman vida para poder disfrutar de una novela así…
Porque “Aplaudan al salir” es más que desasosegante. Es más que terrorífica. Es… bueno, es casi real. Es mágica y es real y es difícil de aceptar. Intentaré explicarme de la mejor forma que pueda, aunque la empresa no es nada fácil desde mi óptica:

Muchos escritores de esos que se autodenominan de terror, creen (o tienen la falsa sensación parida de tantos visionados de películas de terror) que para acercarse al género y atar las gargantas del personal a sus propios intestinos hace falta sacar al hombre de su vida cotidiana y sumirlo en un contexto macabro, sucio, hiperrealista en ocasiones. Esas obras tienen que estar muy bien construidas para crear algún atisbo de asfixia (las hay, doy fe, y se disfrutan también), pero casi siempre acaban resultando fallidas, tópicas, endebles, sin fuerza ni personalidad. Daniel Espinosa, en cambio, es uno de esos autores que creen (saben) que el terror no nace del distanciamiento con la vida cotidiana, sino que es hijo del día a día. Para ello, crea una obra metadramatúrgica, metaliteraria y metavital, algo extraño encerrado en el cuerpo que nos calzamos todos los días. Nada más contrario al ser humano, más angustioso y horrendo que despertarte un día y seguir en tu mismo contexto, en tu misma rutina, en tu misma vida de siempre, pero con otras reglas. Unas reglas extrañas, que no comprendes, pero que, ¡oh, sorpresa! Todos los demás parecen compartir. Como un grupito de trebejos, cada personaje se ocupa de su rol, muy maniqueo, muy ensayado, muy bien delimitado por su propia naturaleza de muñeco. Y nadie se queja. Nadie menos Aldo, que sí se queja, pero nada más. Como si de una brutal crítica al inmovilismo social se tratara, ninguno de los personajes de esta breve novela actúa más allá de lo poco que se atreve a actuar cuando descubre los hilos que tiran de sus pies y de sus brazos. Hay 15-M, pero no hay nada más. Hay grititos y pataletas, pero no hay violencia de verdad. No hay palabrotas, sangre ni puñaladas en esta novela. Y eso irrita. Irrita hasta el extremo de que hace complicada su lectura. Y, sin embargo, cuando ya uno está a punto de cerrar el libro y darlo por imposible, se da cuenta de que Daniel quería retratar eso precisamente. Me está insultando a mí, pero de una manera sutil. A mí y a ti, claro, a todos nosotros: nos está llamando pusilánimes, cobardes, marionetas. Todas y cada una de las cosas que irritan en esta novela (repetitividad de sucesos, inmovilismo, cobardía, saturación de personajes de cartón piedra…), todo, todo ello, está ahí para eso, para irritar. Para abofetear al lector. Para tirar la piedra sobre nuestra consciencia, la misma que nuestras manos no son capaces de arrojar ante una sociedad que nos priva de ser nosotros mismos, una cotidianeidad que mata nuestra naturaleza. En definitiva, Daniel nos habla del hombre social que ha dejado de ser animal y la única violencia de superviviencia que entiende es la de la adaptación, el mutismo y la sumisión.

Sergio, su protagonista, es una carcasa vacía que, a pesar de encontrarse en ese mundo que se derrumba a su alrededor, no encuentra la forma (o no se atreve) de acabar con aquella farsa. Probablemente porque la falsa ya está demasiado arraigada a nuestras vida como para poder (o querer) hacerlo. Solo le queda (nos queda) morirnos de asco. Y asumirlo. Aceptarlo. Porque eso es lo más terrorífico de todo. La aceptación final. Como quien se resigna a tratarse ese cáncer que es la vida.

En resumen, estamos ante una novela excelente, escrita con la efectividad y la precisión de un cirujano de la escritura; una novela diferente, complicada, intelectual, que impacta allí donde otras fracasan. Una obra capital dentro del catálogo de 23 Escalones, y que supone un precedente para lo que se nos echa encima: “Nekromanteia”, que pronto verá la luz con Dolmen, y que nos mostrará un Daniel escribiendo terror sin ambages, lo que dará, sin duda, mucho que hablar.

2 comentarios :

  1. Extraordinaria disección, directa y honesta, como no podía esperar menos de ti, Nacho. ¡Muchas gracias!

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti por haber escrito esta novela, Dani.
    Nos vemos pronto ;)

    ResponderEliminar