A continuación, y con motivo del inminente encuentro Calabazas en el Trastero que tendrá lugar el próximo martes 28 en la librería La Independiente de Madrid, procederé a reseñar el primer volumen de la revista en el que tuve el honor de participar: el dedicado al Terror Oriental.
La antología abre con un documentado prólogo de Óscar Bribián, para pasar después a los trece relatos que la componen.
Tinta china, de Juan Ángel Laguna: a pesar de tener uno de los mejores inicios de toda la antología, y a su vez desarrollar una de las ideas más inquietantes de la misma, el relato se desvirtúa en su desenlace, dejándonos un sabor agridulce en la boca. De cualquier forma, el experimentado escritor zaragozano nos regala un inicio de antología prometedor, fosco y algo carpenteriano.
El ladrón de almas, de Diana Muñiz: relato ágil que bebe del terror cinematográfico oriental y que pronto se revela como una aventura fosca, más preocupada por entretener (loable ejercicio nunca al alcance de todos) que por causar verdadero desasosiego. Quizá lo peor es haberla incluido tan cerca del inicio, pues, por su tono, hubiera supuesto un soplo de aire fresco a la mitad de la antología.
La compañía de las Indias Orientales, de Miguel Cisneros: como era de prever, este relato supone el contrapunto extraño y anticlimático de la compilación. Se alza sobre los demás por su ejecución y la propuesta cerebral de su autor. Odio el nihilismo como leitmotiv artístico, pero he de reconocer que este desapasionado relato transmite algo mucho más inquietante que lo meramente fosco, y lo hace con la languidez de quien no busca ningún golpe de efecto.
Chacal, de Ignacio Becerril: relato sólido, ejecutado con una solvencia abrumadora, que se desarrolla al mismo tiempo que el interés del lector por conocer su desenlace. Chacal genera una desazón tan real que se puede masticar en sus páginas. Resulta creíble, angustioso y finalmente sobrecogedor y misterioso. Tiene todo lo que se le puede pedir a un relato de esta índole, y sin duda es uno de mis favoritos dentro de la selección.
Cicatriz de hierro, de Víctor Núñez: correctísimo relato que salta en distintas escenas, narrándonos las consecuencias de una maldición mongol con el Transiberiano de fondo. A pesar de que este tipo de historia no es mi preferida para ser narrada en un relato breve, su autor demuestra unas tablas por encima de la media, y nos arrastra a través de ella con seguridad y confianza en sí mismo.
La trampa del amor, de David Jasso: uno de los relatos que mejor saben captar ese terror oriental, o al menos la percepción que desde fuera se pudiera tener del mismo. Entretenido, con una imaginería potente, y sustentado por una idea realmente cautivadora. A pesar de que ciertos aspectos quedan huérfanos de consistencia por la urgencia de ser tratados en un relato corto (ese amor desaforado, la charla en pleno coito, la decisión final tomada por ambos), resulta ser uno de los relatos más sólidos de la antología.
Kuchisakeonna, de Miguel Puente: directo y aterrador. Este relato es una puñalada certera, sin más explicación que la necesaria para construirse en torno a una suerte de cuento de terror oriental disfrazado de leyenda urbana. Entre sus muchos aciertos está el de la primera persona, desarrollada sin que existan fisuras en su salto emocional y psicológico, algo que se me antoja vital para que sea posible como relato breve.
La caída de la casa Ushima, de Andrés Abel: era indispensable un relato de yacuzas en esta antología, y el que ahora nos ocupa es, además, un logrado y mínimo retrato de una de estas familias mafiosas, aderezado con ese contrapunto de horror que lo convierte en una pieza ligera y de buen gusto.
Orgullo de padre, de Darío Vilas: relato desasosegante que trata, entre otras cosas, aquello que más miedo le puede producir a un ser vivo: la indiferencia de una madre. El autor gallego ejecuta con soltura un ejercicio de horror lúcido y encerrado en sí mismo, sustituyendo la posible sorpresa final por un “savoir faire” indiscutible dentro del género, y dando como resultado un tétrico relato de amor fosco.
Oni, de Luis González: relato de casas encantadas escrito en primera persona, que si bien no resulta demasiado original en la mezcolanza de todos los clichés de género, sí que surte efecto como breve píldora donde se concentran ciertos miedos de juventud: la vida en pareja o la llegada del primer hijo.
Almas en danza, de L.G.Morgan: historia de venganza en la China imperial. Un relato que fluye como una de las carpas que describe: bello y en su elemento, casi virtuoso en ocasiones. Nos narra una especie de drama palaciego extraterreno disfrazando la trama con la sutileza de la danza y el arte. Elegante y sobrio, aunque por la temática no es de mis favoritos.
Bunraku, de Ignacio Cid: no seré yo quien hable de mi relato, aunque sí diré que es, tal vez, mi favorito de los cuatro que he conseguido meter hasta la fecha en las distintas antologías de Calabazas en el Trastero.
La niña china, de Santiago Eximeno: cuento realista y sobrecogedor, narrado en primera persona, que estremece por su crudeza y supone un fantástico colofón para la antología. No obstante, se hace difícilmente creíble por el contraste que se genera entre esa primera persona tan bien llevada y la psicología de una niña de colegio, para quien no me imagino unos pensamientos tan verdes y tiñosos. Sea como fuere, es uno de los relatos más destacables de la compilación.
En definitiva, creo que el jurado optó por la divergencia temática y geográfica, dotando a la antología de múltiples sabores que más suponen un acierto que un popurrí sin sentido. De este modo, he de señalar que se trata de una compilación bastante homogénea, incluso más que la de Tijeras (tanto en sus cimas como en sus simas), y de un nivel notable que bien merece una lectura.
Gracias por la reseña, compañero. Coincido en tus valoraciones (incluida la apreciación sobre el desenlace de mi relato, que, en efecto, creo algo precipitada).
ResponderEliminarpfff pues yo creo que no coincido en casi nah XD quitando lo obvio e indiscutible XD
ResponderEliminarPero ya comenté por ociozero.
No hay nada que agradecer, Kachi. Creo que salió una antología de lo más coqueta, y sólo con la frase con que la abres, ya no puedes dejar de leer ;)
ResponderEliminarAhora me leo la tuya, Er, pero vamos, seguro que no tienes ni pajolera idea :p
ResponderEliminar¿qué es lo que te chirría, a ver?
Pues yo en general salí un poco despagada con la antología :(
ResponderEliminareso sí, entre horas me estoy leyendo el de Peste, llevo 7 relatos creo, y me está dejando mejor sabor de boca en general.