sábado, 16 de octubre de 2010

Los Coen, las bromas y la sobreinterpretación

Un Tipo Serio

La broma judía de los Coen tiene esa cualidad mágica que habita en la azotea del cine actual y rasca con los dedos estirados el concepto de maestría, provocando que les perdonemos al instante, como tantas otras veces, las tonterías que asiduamente vienen realizando desde los albores de su carrera. Este Serious Man es el anverso de la moneda que hace tiempo lanzaron al aire los hermanos, y que primero cayó del lado de Barton Fink. Si aquel era un judío altivo que escribía para confirmar su estatus de superhombre que miraba por encima del hombro al vulgo social, este que ahora nos ocupa es un judío reprimido que forma parte de ese vulgo y ni intenta ni desea estar por encima de nadie. Si al primero lo pisaban por querer asomar la cabeza y le dejaban claro que su lugar estaba entre la gente sin talento reconocido, a este le pisan (y retuercen el tacón sobre su cadáver) por ser un pusilánime amante del nonadismo, amparado en la Ley de un Dios judío que está demasiado ocupado no existiendo. En esta ocasión, la cinta, que comienza con un cortometraje que es una píldora del carácter lúdico, enigmático y absurdo de lo que vendrá a continuación, se fundamenta en el humor, la exasperación y la exageración de todos los elementos que la configuran (situaciones, caracteres y actuaciones). Todo esto, que no es más que la definición del cine de los Coen, sublima en el momento en que estos deciden ir un paso más allá y dejar claro que se trata de una obra mayor, una obra de calado. Y la fundamentan en la broma y en la sobreinterpretación, una perfecta simbiosis que puede hacer de nosotros, como espectadores, unos estúpidos pedantes que no sepamos encajar bromas, o unos cachondos sin cerebro que no sepamos leer entre líneas. No hay término medio. Pedes ver un mensaje oculto entre las filas engarzadas de números y letras que doblan el cuadernito del hermano patizambo, o en las muelas yiddish del gentil que acude a la consulta del dentista, así como un lema sagrado en la letra de la canción de los Airplane. Pero no hay nada. Es una broma. Como también parece una broma que los fieles se puedan creer esas palabras vacías de los rabinos sobre aparcamientos y perspectivas. En ellas no hay más encriptación divina de la que pudiera sugerirnos la desorientación de un burro en un garaje. Todos estamos perdidos, y si no hacemos nada más que aceptar las cosas como vienen y achacarlo indefectiblemente a la voluntad de Dios, acabaremos siendo recompensados con un montón de la misma mierda. Suprimir la propia voluntad es la mejor manera de afrontar las calamidades si uno vive en una parcela sin vallar. Por no hacer nada es por lo que se nos castiga, aunque no lo sepamos ni lo podamos entender. Son designios de la Voluntad de Dios y no hay nada que podamos hacer al respecto. ¿O quizá es que no hacer nada es lo más fácil?

Sea como fuere, nuestro héroe busca el porqué de todo lo que le ocurre, y se extraña ante la ausencia de respuestas. Pero no se atreve a actuar. Nunca hace nada que haya nacido de su propio entusiasmo por vivir. Salvo al final. Y es ese final el que acaba por engrandecer una película destinada a replegarse sobre sí misma y repetirse. El final hace trascender la broma, y nos arroja de lleno en el terreno de la sobreinterpretación.

(¡Ojo: spoiler!)
Nuestro Larry acepta el soborno de su alumno coreano, y de inmediato surgen dos consecuencias letales. Habla Dios por primera vez en la película. Algunos pensarán que está enfadado porque su corderito sin alma ha tomado una decisión descarriada. Y que le castiga con la muerte, anunciada por su médico al aparato telefónico, que le cita en su consulta; y con un tornado que arrasará y levantará todo el pueblo por los aires. Dios sólo existe cuando queremos/buscamos un castigo, y ese Dios lo crea nuestra propia voluntad, anulada hasta el mismo momento en que lo creamos. O no. Recuerden que esto es una broma, y que nosotros no podemos hacer más que sobreinterpretar. Por eso, creo que el final no nos cuenta un castigo, sino más bien todo lo contrario. Así, la llamada telefónica del médico, que curiosamente parece bastante animado, es para decirle a su paciente que en las pruebas que le practicaron aparecen una serie de extraños mensajes labrados en sus intestinos hebreos, y que traducidos vienen a decir algo como: "voy a calzarme a la guarra de la vecina de al lado mientras nos mira la zorra de mi mujer, porque como no lo haga, me va a salir una úlcera en el estómago". ¿Y el tornado? Bueno, el tornado quizá sólo se lleve por delante al gordo que no hace más que perseguir a su hijo por dinero, pues está mirando hacia el ombligo de viento con una torrija importante. O quizá se los lleve a los dos, porque, si algo sabemos, es que el chaval, allí donde esté, necesitará a alguien a quien amar. Pero no hay castigo divino. Si Dios ha hablado, es para premiar la acción. Definitivamente, la vida es para los valientes. O puede que sea yo, que estoy sobreinterpretando...

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