Una vez leído el número 4 de la colección calabacera, en las siguientes líneas podréis encontrar un pequeño análisis de cada una de las obras que la componen...
y OJO, porque llevan spoilers...
Después de un detallado prólogo preñado de detalles foscos y escrito por Juan de Dios Garduño, podemos leer los siguientes relatos:
La senda infinita, de José María Tamparillas: la antología abre con un relato con tablas, muy bien escrito, muy bien narrado, con personajes creíbles y una acción pausada, firme y segura. No obstante, le falta algo de garra, y su final se me antoja algo previsible, o más bien tópico dentro del género. Pero no siempre se tiene por qué intentar sorprender, y con este relato, su autor cumple con creces el nivel de calidad, tensión y entretenimiento que se le pide a la antología.
Las tijeras de Átropos, de Ramón San Miguel Coca: este relato avanza con agilidad y frescura dentro de una temática muy manida (con unas tijeras de por medio, me gustaría saber cuántos relatos de Parcas recibieron...). Pero, como digo, resulta tremendamente intenso y entretenido, tanto que se hace corto, lo que no deja de ser una buena señal. Además, las tijeras no son en esta ocación un elemento circunstancial, sino el eje en torno al cual gira la trama.
El Rebelde, de Ángel Luis Sucasas: relato trepidante de montaje cinematográfico, que alcanza altas cotas de tensión y juega a la confusión con el lector. Lo considero ingenioso en su planteamiento inicial, y sin embargo, lamento mucho que el final no sea capaz de ponerle el broche de oro que se merecía, quedándose en una rareza de ciencia-ficción sin mayores pretensiones. No obstante, agradezco el toque gore, la emoción contenida y el poso de surrealismo que deja en su conjunto.
La maldición del clérigo, de Andrés Díaz Hidalgo: es este un relato que me ha dejado con sentimientos encontrados. Por un lado, creo que es una historia con detalles realistas y estructura fantástica que sigue por la senda de los relatos de maldiciones sin desviarse un ápice, creando malestar y tensión a partes iguales. Sin embargo, creo que al final resulta todo demasiado atropellado y previsible. Y por otra parte, aunque la primera persona dota al cuento de empatía y fuerza, creo que rechina en algunos pasajes. No obstante, se trata de un relato enteramente disfrutable y de gran calidad.
Las tijeras del censor, de Roberto Malo: relato simpático cuyo título nos anticipa su vocación cinematográfica o cinéfila, así como su naturaleza de chanza hacia las malas costumbres del censor. La excursión de unos jóvenes de cuerpos perfectos para la matanza, a los que se les impide drogarse, follar o discutir. Sólo desmembrarse y salpicar sangre. Pone la nota de humor negro a la antología.
El Tapiz, de Carmen del Pino (Raelana): relato ambientado en la época victoriana, que nos cuenta las desventuras de una joven mujer desgraciada por una serie de decisiones fuera de su alcance, y cuya única salida es utilizar las tijeras embrujadas de su abuela para alcanzar la libertad. Bien narrado, extenso aunque concentrado. Me gusta especialmente la ambivalencia del personaje central, malvado a su manera, que prefiere asesinar desde la sombra antes que plantar cara a quienes la hacen infeliz.
Medianoche, de Juan Ángel Laguna Edroso: sencillamente brillante. El autor entreteje un ejercicio metalinguístico de eminente naturaleza surrealista, regalándonos frases verdaderamente memorables. No cuenta más de lo que el lector quiera que le cuenten, lo que lo convierte en un relato de infinitas posibilidades. Con su textura ahonda en el miedo y la locura más de lo que pudiera hacerlo cualquier narración convencional.
El sastrecillo y el hombre cangrejo, de Alejandro J. Muñoz (Solharis): sin duda, una de las sorpresas más agradables de la antología. Se trata de un relato ambientado en tiempos de guerras napoleónicas que nos narra de forma brillante los designios de dos personajes muy peculiares a lo largo de su historia vital. Con trasfondo realista y tintes macabros, el relato avanza firme en su propósito, revelado sin tapujos en su última frase, que no es otro que el de entretener al lector. Condensado, evocador, tétrico e inteligente. Un gran relato, en definitiva.
La rueda gira, de Sergio Macías García: breve e intimista relato, de corte melancólico, que nos habla de lo implacable de la vida y lo inevitable de la muerte. Además, nos insinúa que aquellos que rigen los mecanismos de este ciclo vital apenas conocen nada más allá de su oficio, y este en ocasiones es triste y cruel. Y sobre todo solitario. A pesar de su naturaleza, bastante trillada dentro de la mitología de las parcas, consigue con acierto su objetivo, que es el de transmitir esa angustia de tener que dar cuerda a lo que no podemos parar.
Recortables, de Gema del Prado Marugan: quizás el relato más arrebatador de la antología, que se retroalimenta de su propia ambientación y genera una atmósfera de lo más desasosegante y fosca. Quizá eche en falta alguna pincelada sobre la vida pasada de la niña, pero eso no quita para que el relato destaque en conjunto como una fábula tétrica de final cruel y escalofriante. Uno de esos cuentos con entidad propia que destilan su propio miedo y lo saben transmitir con maestría.
Tom, Armand el titiritero y las tijeras de plata, de Ricardo Montesinos: todo lo que diga de este relato se quedará corto. Creo que es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Se trata de un cuento con vida, que crea un universo propio y reconocible, real. Se trata también de uno de los más bellos ejercicios de metaliteratura que haya leído, pues establece una relación entre artista y creación tan íntima que todo aquel que se haya sentido creador alguna vez en su vida reconocerá inmediatamente. A su vez, ofrece una lectura escalofriante de la esquizofrenia, de la locura del que maneja su vida con hilos. Todo ello narrado con maestría y con un estilo envidiable. Me quito el sombrero.
Láquesis 2.0, de José María Carcelén Mazcuñán: brillante relato mezcla de horror fosco y ciencia-ficción. El autor demuestra un dominio excelso de la narración y la prosa, conduciendo un relato que, al igual que otros tantos de la antología, se mueve en terreno conocido y quizá bastante trillado, pero como los demás, lo hace trascender con una nueva visión, que en este caso flirtea con el más elevado sentido moral de la vida, para acabar en una correcta conclusión que enlaza directamente con el más hilarante concepto de automatizción social y vital.
El esquilo, de Carlos Martínez Córdoba: cuento de los de antes. Pausado, grave, profundo, que deja huella. Empapa al lector de la idiosincrasia de la España profunda y sus leyendas, transmitiendo esa nostalgia de las noches de verano en el pueblo, de las historias de sacamantecas y en definitiva, de aquellos días en que uno perdía la inocencia. Sin embargo, por encima de toda su fosquedad, de su estilo sobrio y exquisito, y de su capacidad para hacernos recordar algo que quizá no hayamos vivido, este relato destaca por una cosa: que es quizá el cuento de amor más bonito de la antología.
Para concluír, quiero decir que se trata de una antología absolutamente recomendable y enteramente disfrutable, con sus cimas claras y sus altibajos, pero siempre por encima de la media asumible a una convocatoria de este calibre.
Mi enhorabuena para todos aquellos que la hicieron posible.
Oye, ¿tú no tenías que destripar los relatos?
ResponderEliminarAhora en serio, muchas gracias por la crítica. Me has dejado sin palabras.
Un saludo.
Me siento halagado por tu comentario y te agradezco de veras el esfuerzo porque sé que reseñar una antología supone un esfuerzo bastante mayor que reseñar una novela. Para mí ha sido todo un honor participar en esta iniciativa tan grata que ha sido Calabazas en el Trastero.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarTus palabras para mi relato me han puesto la sonrisa, pues veo que ha cumplido el objetivo que me marco con mis escritos: entretener al lector.
Y estoy de acuerdo que el nivel de los demás relatos es muy alto, por lo que estar ahí es un auténtico orgullo
Un saludo
ramón San Miguel
Ricardo, a veces destripando relatos, uno encuentra oro ;)
ResponderEliminarSolharis, disfruté mucho con la lectura y realizando la reseña. Y sí, el Calabazas es una iniciativa preciosa de la que formo parte en el último número y en la que me encantaría seguir publicando.
Ramón, tu relato me dejó noqueado, y puedes estar bien seguro de que es muy entretenido.