martes, 17 de enero de 2012

París, Texas

¡Ojo, puede contar partes importantes de la película!

Un lamento de guitarra en mitad del vasto desierto, un hombre que camina con paso decidido, al borde de la deshidratación, quemado por el sol, que continúa vivo por la ley física de la inercia. Camina hacia un lugar del que más tarde conoceremos su nombre. París, dice. Entonces pensamos que está completamente loco, pues andando jamás podría llegar hasta allí. No habla en un principio, ni siquiera parece conocer a su propio hermano, se escapa, huye hacia ese lugar improbable de encontrar en aquel hermoso y crudo desierto. Pero no es el París de Francia, no... es el París de Texas a donde se dirige. Entonces empezamos a pensar que quizá le hayamos juzgado demasiado pronto. Tal vez no sepamos todo. De hecho, probablemente no sepamos nada todavía. Y tardamos casi dos horas más de película en saber lo que le ocurrió a aquel hombre. Por qué una pareja perfecta acabó fragmentada, con sus miembros olvidados y esparcidos, sin esperanzas de volver a encajar nunca más. Por qué el hijo de ambos apenas se acuerda de su padre y vive feliz en el seno de la familia del hermano de este. Son muchas las preguntas, y Wenders no las desvela abiertamente hasta el memorable final, posiblemente uno de los más grandes de la historia del cine, aquel en el que Harry Dean Stanton y Nastassja Kinski se desgarran mutuamente sin mirarse a la cara, con un teléfono para hablar y un cristal de por medio que a él le permite ver y explicar por qué. Con un teléfono para escuchar y un cristal opaco que a ella le permite comprender y recordar qué vino después. Perpetuo distanciamiento, reencuentro necesario pero irreconciliable relación que apenas se despide con un beso, ni un abrazo. El dolor abrasa, los sentimientos hablan por sí mismos, y las palabras no hacen más que subrayar lo que esas caras, esos gestos, esa música y esos colores nos han contado antes.

Wenders obtuvo su mayor éxito de público y crítica con esta verdadera obra maestra, a la que supo empapar en un tono melancólico difícilmente superable en ninguna otra película. El uso que hace de la luz y de la fotografía en exteriores ayuda a crear esa atmósfera única, mostrándonos la América de western urbano que subyace en la conciencia colectiva europea, pero sin traicionar en ningún momento su verdadera esencia intimista, que resulta vital para desarrollar el drama de sus personajes. Personajes cuya presencia subraya con bellas técnicas de luz y colores (es precioso el tratamiento que hace del rojo y del verde, simbólico en muchos casos), pero que de ninguna de las maneras hubieran sido jamás todo lo que son sin las interpretaciones de todos y cada uno de los actores que intervienen en esta memorable cinta. Empezando por el genuino Dean Stockwell hasta la mencionada y maravillosa Nastassjia, pasando como es obvio por el incomparable Harry Dean Stanton, que hace aquí el papel de su vida, una de las interpretaciones más intensas y creíbles que se hayan visto jamás en una pantalla de cine. Si miramos bien, resulta curioso analizar el reparto y el tratamiento de los aspectos típicamente americanos de la película, pues el espectador enterado encontrará que a esos dos actores tan lyncheanos se les une el desolador desierto y Los Ángeles, los cafés y los moteles típicos americanos, los sombreros y las botas de texano, el pelo rubio de mujer y el rojo intenso de un jersey y un pintalabios. No se trata de una película del genio de Missoula, pero de alguna extraña manera su estilismo preciosista pulula por doquier, a pesar de que lo que se nos cuenta difiere por completo con la obra del genio (o no... recuerden ''Una historia verdadera'' y sabrán a qué me refiero...). No obstante, esto no es más que una curiosidad, pues sería injusto tratar de buscar coincidencias cuando estamos aquí ante un director único que consiguió crear con la presente una película irrepetible y colosal.

''París, Texas'' es difícil de analizar en todos sus niveles, y desde luego imposible de hacer comprender en apenas unas líneas. No obstante, su desglose en pequeños fragmentos de dolor e intimidad resulta un deleite para el cinéfilo en particular y para el aficionado a las grandes historias en general. Tiene mucho de psicología, nos habla del amor posesivo, de los celos, de las relaciones paterno-filiales, del desarraigo y de la pérdida de la ilusión esencial que mantiene con vida a todo ser humano. Pero creo que sobre todo, ''París, Texas'' nos habla de las imágenes. De las imágenes que uno se crea sobre otra persona, y de la desilusión que generan en el individuo cuando este descubre que no todo es como pensaba. Por tanto, plantea el peligro de que uno pueda crearse imágenes subjetivas, sobre todo si esas imágenes son creadas respecto a la propia pareja de uno (de nuevo, otra similitud con el Lost Highway de Lynch). Se trata del impacto que supone conocer de golpe lo que antes apenas se intuía. Así, cuando el personaje de Harry Dean se enamora perdidamente de esa preciosa chica mucho menor que él, comete los mismos errores que ya cometiera su padre con anterioridad (que llegó a desear realmente que su mujer fuera parisina de tanto bromear sobre ello, con el consiguiente desengaño al no recibir de ella ese estilo y glamour propio que todos asociamos a los franceses), y cae en la trampa de proyectar un estado de amor idílico alrededor de ellos dos. La historia de lo que ocurrió después no debe ser desmerecida con mis palabras, pues para eso están estos dos monstruos de la interpretación, que nos regalan esos minutos en su memorable mano a mano final.

Con todo esto quiero decir que esta es una de esas películas que no se pueden contar, que hay que ver, pues hace sentir al espectador de la manera en la que sólo las grandes películas hacen sentir a uno, desde el cautivador e intrigante comienzo hasta el último minuto de metraje. Una historia profundamente melancólica, que resulta triste, pero que se nos plantea de una forma en la que no puede tener otro desenlace; todo ello sin caer nunca en la sensiblería, sin resultar ñoña, más bien desgarradora y terriblemente real, humana y sencilla en su planteamiento, y quizás por ello tan sumamente compleja de digerir por un corazón sensible. Una película que trata sobre las imágenes y que de hecho otorga una gran importancia a las suyas propias, preciosistas y en ocasiones de postal, dejando entrever en parte esa razón de ser del cine de los años ochenta, década de la que se erigió como uno de sus estandartes.

Pero no digamos ya nada más, hagamos como Wenders y calémonos de la honda melancolía de su obra a través del silencio, cerremos los ojos e imaginemos ese vasto desierto abrasador... los gañidos de la guitarra de Ry Cooder harán el resto.

5 comentarios :

  1. pues lo pongo por aquí para que nadie lea en facebook este deshonor, pero me ha picado la curiosidad la peli, de hecho, más que Inland Empire que por cierto tengo aqui, y que vi que dura tres horas, y que por consiguiente... pues... XD

    ResponderEliminar
  2. Si al menos consiguiera que la vieras, mi reseña habría valido la pena ;)

    ResponderEliminar
  3. pffffffffffffffffffffffff XD
    También podrías haberme dicho: pues mírate esta peli que está mu bien.

    Yo soy fácil de convencer XD al menos en eso XD

    ResponderEliminar
  4. Aaaaaah,
    pues... mírate INLAND EMPIRE, que me han dicho que está chula XD

    ResponderEliminar